lunes, 21 de enero de 2013

CAPÍTULO CINCO TERMINOS: SU DEFINICIÓN RADIESTESIA: NOMBRE CREADO POR EL REVERENDO BOULY cura de HARDELOT, en Francia. Arte de captar por nuestra propia sensibilidad, directamente, o empleando instrumentos amplificadores como las baquetas y los péndulos, las emanaciones de los cuerpos orgánicos e inorgánicos. TELERRADIESTESIA: Nombre dado por E. CHRISTOPHE a la RADIESTESIA a gran distancia. Arte de captar por los mismos procedimientos que la Radiestesia, fuera del campo sensorio normal, a gran distancia, los efluvios de los cuerpos y del pensamiento. RADIACIONES O VIBRACIONES: Todo lo que hay en el universo vibra y se pueden detectar o medir sus vibraciones. GEOPATÍAS O ALTERACIONES TELÚRICAS: Son los efectos manifestados en la superficie de la tierra y que se originan en el subsuelo. Podríamos considerar a estos puntos o zonas definidas como un factor de riesgo, siempre en relación proporcional a nuestro estado de armonización como seres humanos. Se pueden englobar como tales a: corrientes de agua subterránea, fallas telúricas, vetas de ciertos minerales, cruces de líneas hartman o curry, cuando a ellos además van asociados otras alteraciones… CAMPOS VIBRATORIOS: En el trabajo de armonización, este término se aplica a determinadas formas de geometría sagrada, fotografías de determinados objetos, y otras formas cuya vibración sanadora es capaz de armonizar geopatias y en algunos casos personas. PRANALUX: Técnica de armonización en la que se utiliza el agua, y un cristal catalizador, para pasar a ese agua las energías de los campos vibratorios ya elegidos por radiestesia para una concreta armonización. CRISTAL CATALIZADOR: Determinados cristales que por sus cualidades y formas potenciarán que las energías de los campos vibratorios pasen con más facilidad al agua. HISTORIA Una vez que se relacionaron las causas de diversas enfermedades con el hecho de vivir en un espacio en el cual había geopatias, se comenzaron a buscar posibles soluciones. Una de estas soluciones consistía en poner en el suelo de la habitación afectada planchas de plomo de un espesor de pocos milímetros, con la intención de que estas planchas absorbiesen las radiaciones. En breve se pudo comprobar que no se conseguían los resultados esperados y que además, las planchas quedaban contaminadas, por lo que había que sacarlas al sol y lavarlas, trabajo ingente para los resultados obtenidos. También se trató neutralizar con picas de tomas de tierra colocadas en varios sitios, mas en los casos que se testaron no se observó una interesante bajada de la vibración. Los elementos correctores y armonizadores se han utilizado de muy diversas formas, en algunos casos de forma inconsciente. Una persona guiada por su sabiduría innata y por su intuición, colocaba un determinado objeto, forma, fotografía… en un lugar concreto, y se podía comprobar que ese acto, aparentemente inconsciente, mejoraba en unos casos la situación, llegando en otros a resolverla. Siempre a lo largo de la historia hay personas que en su forma de ser llevan aparejada la posibilidad de resolver problemas y encontrar soluciones para ellos, y estas personas son, en definitiva, las que dedicando de una forma generosa su tiempo y sus cualidades, acaban encontrando algunas de esas soluciones. También se han dado casos frecuentes de personas que, aquejadas por problemas que los métodos existentes no llegan a poder resolver, o incluso a saber de donde procede la causa de esos problemas, se ven motivadas a ser ellas mismas las que encuentren soluciones para su caso personal, cediendo después generosamente su experiencia. Igualmente, en el abanico de las personas humanas, una de sus hojas contiene personas que al verse frente al sufrimiento de semejantes, producido éste por cusas que se quedan fuera de ser resueltas por las prácticas consideras al uso, buscan en una especie de “acto de amor” poder aportar alguna solución que “alivie” ese sufrimiento. Y es la generosidad del universo la que respondiendo a ese deseo entrega formas de alivio. Creo que las formas de armonizar geopatias que hoy de una u otra forma se utilizan y producen resultados, bien utilizadas, con el respeto que merecen, van a seguir aportando soluciones de armonización, y al mismo tiempo potenciaran que se sigan creando nuevas formas y nuevos métodos que, cada día, estén más al alcancé de todas las personas que se encuentren en sintonía con ellas. UN CUENTO Y ALGUNAS HISTORIAS Leyendo un libro sobre radiestesia que datado en torno al año 1920, me llamaron especialmente la atención tres cosas, la primera fue como se las habían ingeniado los misioneros, unos en Francia y Bélgica y otros en países de África o de América latina, para que, a través de la tele-radiestesia llegaran a encontrar los lugares donde excavar pozos y así solucionar las necesidades tanto de sus misiones como de algunos de los habitantes de sus correspondientes zonas. Los misioneros de Europa, a través de mapas, marcaban los puntos exactos donde detectaban que había agua a poca profundidad, y los de África y América hacían aflorar el agua en los sitios que sus colegas les enviaban marcados en un mapa, en la correspondencia que mantenían. La segunda cosa que me llamó la atención y despertó en mi el deseo de algún día poder encontrarlas, fue una información sobre unas determinadas semillas que, llevándolas encima, conseguían erradicar los dolores producidos por la artritis, la artrosis y enfermedades similares. La tercera cosa que me intrigó e hizo que investigara sobre su veracidad, primeramente en el plano radiestésico comprobando sus vibraciones, y posteriormente compartiendo este descubrimiento con otros radiestesistas, fue la forma de tratamiento para los tumores que en esas fechas utilizaban en algunos casos, asegurando haber obtenido resultados de sanción. El tratamiento, aunque resulte un tanto disparatado a la vez que ligeramente repugnante, consistía en poner a la persona que tuviese el tumor un sapo sujetado a su cuerpo durante tres días, y en los casos en los que las personas sanaban el sapo moría a consecuencia de haber absorbido el tumor. Hace más de treinta años escuché que existe una planta conocida a nivel popular como “la planta de las almorranas”. Me llamó relativamente la atención, pero se quedó olvidado ese asunto como otros muchos. Más tarde, en un pueblecito de Castellón donde pase varios inviernos, oír hablar nuevamente de la misma planta, y en esa ocasión la persona que la conocía aseguraba que casi siempre se podía curar ese padecimiento tan doloroso, pero esa persona no era partidaria de enseñar de qué planta se trataba. Con el transcurrir de los años volví a escuchar nuevamente la historia, pero esta vez despertó mi curiosidad que con sólo llevar encima la plantita o un trozo de ella, en unos pocos días se curaron las hemorroides. Por fin, hace aproximadamente unos siete años, una persona decidió enseñármela en el campo, y desde entonces se la he dado a varias personas, que con sólo llevarla encima consiguieron curar esa dolorosa afección. Nada más conocerla estuve testando su vibración con un péndulo y siempre era una vibración altamente sanadora la que obtenía en las mediciones. Viendo lo cual, y después de contrastarlo con varios radiestesistas, pasé a fotografiarla con una cámara con macro (un objetivo que permite acercarse mucho y a la vez aumenta el objeto fotografiado). Posteriormente, pasó a integrar las colecciones de campos vibratorios que en infinidad de tratamientos de armonizaciones he usado, como también han usado otros colegas. En infinidad de pueblos siempre había alguien que tenía la habilidad de quitar clavos, o quitar las verrugas de las personas, y lo mismo lo hacia si esta persona venía a su presencia, como si era un amigo, o un familiar, el que le pedía que acabase con esos bultitos a veces realmente molestos y casi siempre poco estéticos. Uno de mis amigos se dedicó durante un tiempo a quitar clavos a la gente. Debido a que tiene una relación con estos “mundos “, y al mismo tiempo me esta brindando ayuda en poder escribir este libro, le he pedido que sea el quien relate su experiencia de una forma directa: - “No tenía más de seis o siete años cuando en el dedo pulgar de una de mis manos creció un inmenso clavo. Mi abuela me dijo que se lo mostrara a la señora Agustina para que me lo quitara. Frotó el clavo con un ajo, lo envolvió en un trapo rojo, lo tiró a un tejado… y el calvo desapareció en pocos días. Años más tarde, descubrí que mi novia tenía un clavo enorme en un pie. Me contaron que el señor Nicolás los quitaba y fui a verle. ¿Puede usted quitar los clavos? –le dije-. Sí, y tu también, -me contestó-. Sólo tienes que frotarlo con una corteza de jamón y esconderla en un lugar secreto, y según se seque la corteza se secará el clavo. Y se secó, y desde entonces ayudé a numerosas personas a que sus clavos desaparecieran, tuvieran los que tuvieran. En una ocasión vino a verme un chico que tenía en los nudillos de ambas manos dos grandes montañas de clavos. Me pareció que debía hacer con él algo especial, y le dije que se tomara un vaso de agua durante tres noches al acostarse, mientras con los ojos cerrados visualizaba sus manos sin ningún clavo. Así lo hizo y sus manos quedaron perfectas. Pero el que me dio la pista de lo que verdaderamente ocurría fue mi hijo. Tenía un clavo en su mano, le pasé la corteza y el clavo no desapareció. Le pregunté por qué creía él que no se le había quitado y me dijo “porque yo no quiero que se me quite”. La clave estaba en la mente. Cuando alguien duda o no cree, no se produce la curación. Semanas más tarde, mi hijo me dijo: “papá, ya no quiero tener el clavo”. Túmbate en la cama, que vamos a hacerlo desaparecer entre los dos –le contesté-. Le relajé e hice que visualizara una pantalla de cine, y en ella un primer plano de su mano con el clavo. Después le dije que viera como el clavo se secaba y desaparecía. Así lo hizo y así ocurrió. En el transcurso de una semana pude comprobar como el clavo se iba secando y desapareciendo sin dejar marca. En sucesivas ocasiones, cuando me decían que quitara uno o varios clavos, utilizaba cualquier procedimiento, o decía que rezaría una oración, o formularía unas palabras secretas. El resultado era igual de efectivo. Estaba claro, en realidad no eran mis poderes, ni el ajo, ni las oraciones lo que hacía que los clavos se secaran. Eran las propias personas que los tenían las que daban por hecho que desparecerían y así ocurría. Tenemos mucho más poder del que creemos, pero no confiamos en nosotros mismos. Normalmente necesitamos creer que alguien con poderes obrará el milagro, y si además vemos un acto de psico-magia que refuerce la imagen en nuestra mente, le damos más credibilidad…”

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